La cenicienta que no quería comer perdices!

domingo, 29 de abril de 2012

  MESA DEBATE " ASESINADAS EN NOMBRE DEL AMOR" (FERIA DEL LIBRO, BUENOS
 AIRES)

 FEMICIDIO


En la Cámara de Diputados de la Nación se acaba de dar media sanción
al proyecto de incorporar al código penal la figura de “femicidio”,
como efecto de la visibilidad de los crímenes de mujeres que forma
parte de la estrategia de incidencia política del feminismo. Para que
fuera posible mirar los asesinatos de mujeres de esta manera, hizo
falta dejar de naturalizar la violencia en las relaciones
interpersonales como exceso pasional, y a la vez dejar de ver estos
casos como crímenes individuales y percibir el patrón colectivo que
los posibilita.

Cuando el psicoanálisis tradicional aplica a las mujeres que sufren
violencia la caracterización de “masoquistas”, las hacen
corresponsables como víctimas, poniendo énfasis en el vínculo como si
fuera patológico e involucrara a una pareja que se vuelve así
“anormal”. Pero la crítica feminista precisamente va a poner el foco

en las estructuras de dominio y de poder que hacen de toda mujer, por
su mera condición de mujer, un sujeto vulnerable a la violencia como
reaseguro de la posesión y el sometimiento.

Las acciones de violencia sobre una mujer pueden llevar a esa mujer a
la muerte; pero las palabras para describir esa violencia nos ponen en
peligro a todas. El propio hecho de comunicar los episodios de
violencia extrema y los femicidios en los medios masivos de
comunicación tienen efectos paradojales. Ante las noticias difundidas,
muchas mujeres relatan que sufren amenazas de que les va a pasar lo
mismo si no son dóciles, o se minimizan sus quejas porque la violencia
que sufren no es comparable a la que toma estado publico, o los
victimarios imitan como por contagio los mecanismos violentos. Este es
el caso, a partir del resonante episodio del baterista de
“Callejeros”, con la difusión de varones que prenden fuego a las
mujeres, episodios que se agudizan multiplicándose cuando son
difundidos. Imaginemos el efecto si además estos crímenes permanecen
impunes. Su difusión, lejos de darle recursos de advertencia a las
posibles víctimas, refuerzan la posición del victimario.
Sin embargo, el avance en las políticas públicas contra la violencia,
la aceptación del Estado del papel que le cabe en garantizar la
integridad de las mujeres como condición de su ciudadanía, comenzó
precisamente con un femicidio de gran repercusión: el asesinato de
Alicia Muñiz por parte de Carlos Monzón. El reconocimiento público de
las figuras involucradas le dio una trascendencia al hecho que pronto
pasó a ser debate sobre la violencia doméstica.
Recién a partir de este caso comenzaron a crearse áreas de atención, y
a apoyarse a las organizaciones de mujeres que venían luchando contra
este flagelo a través de grupos de autoayuda pero sin recursos
estatales como dispositivos de salud y de refugio. Mar del Plata, el
lugar donde había ocurrido este hecho, fue escenario también de otro
escalofriante episodio femicida: el asesinato de prostitutas que se
atribuyó a un inexistente “loco de la ruta”, pero que luego de una
cuidadosa investigación llevada adelante por un juez local, reveló la
trama de corrupción policial, judicial y política en la explotación de
la prostitución.
¿Podríamos llamar a estos episodios “femicidio”? Curiosamente, entre

los agravantes que acaban de votar los diputados y diputadas, figura
el odio racial o la homofobia, pero la condición de prostitución y
trata de personas no figura. Evidentemente es costoso pensar la
prostitución como una forma de violencia, por eso el aliento oficial a
quienes hablan de “trabajo sexual”, ya que de esta forma el
prostituyente, por efecto de un eufemismo, se transforma en “cliente”,
y el dinero de la transacción elimina el gesto violento de transformar
un cuerpo en mercancía.

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