La cenicienta que no quería comer perdices!

MALTRATO INFANTIL

"LOS MATADORES DE ANGELITOS"

La noticia parece ser una fotocopia ajada de los últimos meses: “Dos nenitas de la etnia wichi dejaron de existir, víctimas de severos cuadros de desnutrición. La primera era una beba de un año y tres meses, que fue trasladada a la capital salteña desde el norte, en un avión sanitario. Estuvo internada un mes en el hospital Materno Infantil con un cuadro de “deshidratación”, y finalmente falleció en la madrugada del jueves por un “shock séptico”, a consecuencia de la desnutrición que padecía. La otra nena, de un año y siete meses, murió en Tartagal el viernes”, de la primera semana de marzo de 2011.

El parte médico del hospital parece ser una genealogía del crimen.

“La infección generalizada, la mala alimentación y los malos hábitos higiénicos influyeron para que esta nena no haya podido recuperarse”, sostiene el documento.
Los angelitos son exiliados del paraíso que jamás llegaron a conocer.

Ángeles exiliados de tierras saqueadas.

Ya suman diez, las chiquitas y los chiquitos que ni siquiera llegaron a experimentar el sabor increíble de un alfajor de chocolate en el norte salteño.

-No les falten el respeto a nuestros muertos - fue lo que le dijeron a un fotógrafo mientras velaban a uno de estos angelitos, como decía la vieja literatura gauchesca.

Los matadores de angelitos, en tanto, gozan de buena salud.

Son los herederos de los saqueadores del siglo diecinueve y están acostumbrados a mirar para otro lado y silenciar sus bocas.

Algún día las lágrimas no alcanzarán.

Y llegado ese tiempo es posible que haya una vida nueva para cortar tanta crónica de impunidad y dolor.

Fuente de datos:
Diario Clarín 07-03-11



Accidentes: primera causa de muerte en niños
*La voz del Interior* de Córdoba, Argentina. Domingo, 17 de junio de 2001. Sección: Sociedad

Esteban tenía 1 año cuando llegó al hospital con una convulsión a repetición. Presentaba convulsiones cada hora. Cuando los médicos comenzaron a preguntar, la mamá explicó que se había caído de la cama. Con los días, la madre se decidió a hablar y dijo que había sido una trompada del padre, que lo golpeó con tanta fuerza que lo tiró contra la pared. Esteban presentaba una lesión cerebral muy severa. Murió en el hospital a las 48 horas.

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"Por traumatismos y otras causas accidentales, muere el 32 por ciento de los niños de 1 a 4 años. Es la primera causa de muerte en la provincia de Córdoba. Son accidentes domésticos, por descuido, negligencia y otros tipos de maltrato", afirma Haide Giri, directora general de Atención Médica del Ministerio de Salud de la Provincia.
Giri sostiene que después de un caso de maltrato, hasta que la familia sea contenida con un tratamiento psicológico y éste empiece a dar resultado, devolver el niño a esa familia es seguir corriendo riesgos. "Para eso, están los equipos de salud mental que detectan el caso y evalúan qué niño puede ser devuelto al ámbito familiar", explica.
-¿No se debe apuntalar a la familia que tiene problemas?
-Por supuesto que hay que apuntalar a la familia, pero hasta que llegue a un grado de salud familiar y hasta que se estructure el grupo, a ese chico hay que darle contención. No se puede devolver al niño a una familia que, de hecho, está desestructurada.
-Uno de los cuestionamientos que se hacen cuando se judicializan los casos de maltrato infantil es que se caratulan como "lesiones leves", ¿qué opina al respecto?
-Hablar de lesiones leves en el niño, lo considero letra fría de una normativa legal. Hay que trasladar a la interpretación de la normativa las lesiones gravísimas e irreversibles que sufre un chico en su estructura emocional, en su psiquismo; que no se pueden dimensionar desde lo físico pero que dejan huellas en lo psíquico y en lo emocional. Los padres no son dueños de los hijos, reconocer que los chicos son personas con derechos y que merecen ser respetados, queridos y protegidos en todas sus necesidades, es estar cumpliendo con la ley. No se puede ir más allá de los derechos del chico.
-¿Qué hacen ustedes en lo preventivo?
-Estamos trabajando en capacitar desde los equipos de salud mental a todas las guardias de todos los hospitales de la provincia donde ingresan chicos o cualquier persona con lesiones por maltrato, para que, de arranque, se pueda hacer un diagnóstico más preciso. Como cuando llegan a la guardia y dicen: "El bebé se cayó de la cuna" o "lo golpeó el hermanito con una plancha", pero resulta que no coincide el relato con las lesiones que la criatura tiene.
La directora de Atención Médica asegura que, cuando se muere un chico por maltrato familiar, ese chico ya pasó por algún lugar donde presentó síntomas. "Entonces, nuestra mirada tiene que estar en la detección del primer síntoma", finaliza Giri.

La edad de mayor riesgo
El maltrato de niñitos de días hasta los 2 años es el de mayor riesgo, porque un golpe mal dado, una fractura severa de cráneo lo mata o lo deja con lesiones para toda la vida. "La detección de maltrato en los chicos de hasta 4 años es de muy alta especialización, es lo que hacemos en el Hospital de Niños", explica Elsa Lerda, psicóloga de la Cátedra de Clínica Pediátrica de la Universidad Nacional de Córdoba.
"El niño maltratado en ese período pierde confianza en la especie humana, porque si la madre, que es la que le dio la vida, pone en riesgo al niño, la sensación del pequeño es que no podrá confiar en nadie más", afirma Lerda.
Hay un síndrome bastante común denominado "de los bebés sacudidos", que son niños que porque lloran y molestan a sus padres, los sacuden con tal violencia que llegan a producirles un accidente neurológico que puede causar la muerte o dejarlos en estado vegetativo. "Tuvimos un bebé de cinco meses el año pasado; Nahuel. Era un bebé hermoso y sano, pero el síndrome del sacudimiento le produjo una lesión cerebral severa y no sabemos si podrá volver a ver. Con seguridad, no volverá a hablar ni a caminar", se indigna Lerda.


La raíz de la violencia
12 Puntos
Hace ya varios años que está científicamente comprobado que los efectos devastadores de los traumatismos infligidos a los niños repercuten inevitablemente sobre la sociedad. Esta verdad concierne a cada individuo por separado y debería –si fuese suficientemente conocida– llevar a modificar fundamentalmente nuestra sociedad, y sobre todo a liberarnos del crecimiento ciego de la violencia. Los puntos siguientes ilustrarán esta tesis.
  • Cada niño viene al mundo para expandirse, desarrollarse, amar, expresar sus necesidades y sus sentimientos.
  • Para poder desarrollarse, el niño necesita el respeto y la protección de los adultos, tomándolo en serio, amándolo y ayudándolo a orientarse.
  • Cuando explotamos al niño para satisfacer nuestras necesidades de adulto, cuando le pegamos, castigamos, manipulamos, descuidamos, abusamos de él, o lo engañamos, sin que jamás ningún testigo intervenga en su favor, su integridad sufrirá de una herida incurable.
  • La reacción normal del niño a esta herida sería la cólera y el dolor. Pero, en su soledad, la experiencia del dolor le sería insoportable, y la cólera la tiene prohibida. No le queda otro remedio que el de contener sus sentimientos, reprimir el recuerdo del traumatismo e idealizar a sus agresores. Más tarde no le quedará ningún recuerdo de lo que le han hecho.
  • Estos sentimientos de cólera, de impotencia, de desesperación, de nostalgia, de angustia y de dolor, desconectados de su verdadero origen, tratan por todos los medios de expresarse a través de actos destructores, que se dirigirán contra otros (criminalidad, genocidio), o contra sí mismo ( toxicomanía, alcoholismo , prostitución, trastornos psíquicos, suicidio).
  • Cuando nos hacemos padres, utilizamos a menudo a nuestros propios hijos como víctimas propiciatorias: persecución, por otra parte, totalmente legitimada por la sociedad, gozando incluso de un cierto prestigio desde el momento en que se engalana con el título de educación. El drama es que el padre o la madre maltratan a su hijo para no sentir lo que le hicieron a ellos sus propios padres. Así se asienta la raíz de la futura violencia.
  • Para que un niño maltratado no se convierta ni en un criminal, ni en un enfermo mental es necesario que encuentre, al menos una vez en su vida, a alguien que sepa pertinentemente que no es él quien está enfermo, sino las personas que lo rodean. Es únicamente de esta forma que la lucidez o ausencia de lucidez por parte de la sociedad puede ayudar a salvar la vida del niño o contribuir a destruirla. Esta es la responsabilidad de las personas que trabajan en el terreno del auxilio social, terapeutas, enseñantes, psiquiatras, médicos, funcionarios, enfermeros.
  • Hasta ahora, la sociedad ha sostenido a los adultos y acusado a las víctimas. Se ha reconfortado en su ceguera con teorías, que están perfectamente de acuerdo con aquellas de la educación de nuestros abuelos, y que ven en el niño a un ser falso , con malos instintos, mentiroso, que agrede a sus inocentes padres o los desea sexualmente. La verdad es que cada niño tiende a sentirse culpable de la crueldad de sus padres. Y como, a pesar de todo, sigue queriéndolos, los disculpa así de su responsabilidad .
  • Hace solamente unos años, se ha podido comprobar, gracias a nuevos métodos terapeúticos, que las experiencias traumatizantes de la infancia, reprimidas, están inscritas en el organismo y repercuten inconscientemente durante toda la vida de la persona. Por otra parte, los ordenadores que han grabado las reacciones del niño en el vientre de su madre, han demostrado que el bebé siente y aprende desde el principio de su vida la ternura, de la misma manera que puede aprender la crueldad.
  • Con esta manera de ver, cada comportamiento absurdo revela su lógica , hasta ahora ocultada, en el mismo instante en que las experiencias traumatizantes salen a la luz.
  • Una vez conscientes de los traumatismos de la infancia y de sus efectos podremos poner término a la perpetuación de la violencia de generación en generación.
  • Los niños, cuya integridad no ha sido dañada, que han obtenido de sus padres la protección, el respeto y la sinceridad necesaria, se convertirán en adolescentes y adultos inteligentes, sensibles, comprensivos y abiertos. Amarán la vida y no tendrán necesidad de ir en contra de los otros, ni de ellos mismos, menos aún de suicidarse. Utilizarán su fuerza únicamente para defenderse. Protegerán y respetarán naturalmente a los más débiles y por consecuencia a sus propios hijos porque habrán conocido ellos mismos la experiencia de este respeto y protección y será este recuerdo y no el de la crueldad el que estará grabado en ellos.
Alice Miller 2008
www.alice-miller.com


LOS ANTECEDENTES INCESTUOSOS DEL ABUELO
por Eva Giberti

 Muchas mujeres que han sido víctimas de incesto por parte de sus padres y que han callado ese abuso durante toda su vida adulta, recién se sienten compelidas a confesarlo -o denunciarlo- cuando sus propias hijas se acercan a la pubertad y entablan un vínculo nuevo con ese abuelo que alguna vez fue un padre violador.

 A veces necesitan años de tratamiento antes de poder contar qué les sucedió. Si bien la consulta pudo haber sido originada por diversos síntomas (insomnios reiterados, o desavenencias conyugales o hartazgo de la vida que llevan), en determinado momento estalla la historia que tiñó la niñez de estas mujeres: la violación incestuosa que su padre ejerció durante varios años.

El intento de olvidarlo, de reponerse como si aquello no hubiese sucedido, el escamoteo del odio y del asco hacia ese padre ocuparon la sensibilidad, la inteligencia y el mundo emocional de esas mujeres que no pudieron rebelarse cuando el varón que debía protegerlas y acompañarlas en su desarrollo utilizaba sus cuerpos infantiles para producirse placer.
Siendo niñas temieron confiarse a sus madres porque supusieron, así lo cuentan algunas de ellas, que no sólo no les creerían, sino que probablemente las castigarían "por inventar porquerías". La experiencia clínica nos evidencia que, en algunas oportunidades, es así como sucede.
¿Por qué estas mujeres adultas, que transcurren sus cuarenta y sus cincuenta años recién ahora pueden describir qué les ocurrió? Porque, con frecuencia, sus hijas, ahora púberes o adolescentes, entablan un vínculo nuevo con ese abuelo que fue un padre incestuoso. Un vínculo de joven mujer, ya no necesariamente como niña, sino como una criatura que conversa con ese abuelo que opina acerca de sus conductas. Y les pregunta acerca de sus novios y de sus amigos. Y con ufana tranquilidad les recomienda que tengan comportamientos sensatos.

¿Cómo explicar la desconfianza hacia el abuelo?
Las madres que fueron incestuadas por ese sujeto, y que jamás lo "confesaron" a sus maridos, ahora titubean sin poder explicarles la violencia y la ira con que suelen contestarles a esos abuelos cuyos antecedentes como violador ellas padecieron.
Los hechos que durante años intentaron sepultar reverdecen en las memorias actualmente ilustradas por los temas que, vinculados con los abusos sexuales contra las niñas, se instalan en los medios de comunicación. Si bien esa información mantiene el error de pretender que abuso sexual agravado por vínculo es equivalente a incesto, según la descripción legal, alcanza para que algunas mujeres, antes niñas violadas por sus padres, reaccionen con la furia que no pudieron expresar cuando eran victimizadas.
Es esa furia, asociada con un "no saber qué hacer ahora", la que se expresa en los tratamientos, y permite comprender cómo funcionaron, durante años, los efectos de esa terrible experiencia en la vida de estas mujeres. Ellas transcurrieron sus años juveniles entrampadas en las convenciones sociales que las obligaron a convivir con el violador, recordando la satisfacción que la práctica incestuosa le producía a ese varón al que debían seguir reconociendo y nombrando "padre".
La aparición verbal de los recuerdos, recurriendo a la contención del psicoanálisis, les permite, por una parte, recuperar la representación de las situaciones, de los días y de las noches durante los cuales ese sujeto se aparecía en su habitación en ausencia de la madre, o bien cuando debían transcurrir sus vacaciones al lado de ese hombre que reclamaba su derecho a la patria potestad por estar divorciado de la madre.
Por otra parte se abre el espacio para preguntarse: ¿qué hacer ahora? Una de ellas me dijo: "Yo quisiera matarlo" y otras dudan acerca de los efectos que podrían resultar de la actual confesión.
En cambio todas coinciden al evaluar la relación de ese sujeto con la hija de ellas, niña o púber: se resisten a autorizar cualquier clase de relación cercana con ese abuelo. Lo cual suele aparecer como inexplicable en el grupo familiar.
Si bien es posible dedicarle largo tiempo al análisis de los hechos, a los recuerdos, a las fantasías cuando se trata de mujeres en tratamiento psicoanalítico, han comenzado a aparecer consultas por parte de mujeres que no solicitan tratamiento sino alguna índole de recomendación acerca del mejor modo de proceder respecto de sus hijas, en relación con ese abuelo.
Es decir, es posible suponer que no pueden, no quieren reabrir la memoria candente de lo que padecieron, pero sí decidieron utilizar la sombra de aquellos recuerdos para actuar preventivamente respecto de sus hijas. Pero este abuelo no necesariamente mantiene un entusiasmo paidófilo, no necesariamente intentará manosear a su nieta y sólo en algún caso encontré la sospecha concreta acerca de ese procedimiento contra la nieta/niña. Estas mujeres, que fueron niñas violadas por sus padres y que actualmente son madres, buscan el alivio que significa hablar acerca de esa porción de sus vidas, de los efectos que padecieron, y al mismo tiempo intentan posicionarse frente a ese padre reconociéndolo como un violador sistemático, es decir, como un delincuente.
El esclarecimiento sociopolítico del que ahora disponen numerosas mujeres, y con el cual no contaban décadas atrás, les permite comprender que transcurrieron su niñez formando parte de la categoría de las víctimas; ya no se trata de acusar al sujeto posicionándolo sólo como incestuoso, sino que dicho delito también viola los derechos de las niñas, además de violar sus cuerpos y además de interferir de manera patológica en la construcción de la subjetividad de la víctima.

Las madres de estas madres
Capítulo aparte es el que en estas consultas se dedica a las que ahora son abuelas y fueron la pareja de aquel padre incestuoso: las madres de estas mujeres que ahora consultan. ¿Qué les ocurrió? ¿No se dieron cuenta? ¿Sabían lo que pasaba pero prefirieron tolerarlo? ¿Ellas mismas fueron víctimas de padres incestuosos e interpretaron como fatalidad esa clase de relación? Mi experiencia en el tema me enseñó que, en las clases populares, cuando el incesto es descubierto o reconocido por la madre puede silenciarse porque se sabe que la cárcel para el violador significará el hambre para el resto de la familia. Nuestra legislación al respecto produce una paradoja carente de ingenuidad: "Dejemos en libertad al incestuoso para que pueda seguir manteniendo a la familia. En todo caso internemos a la niña en un instituto porque corre peligro moral": un disparate comprensible mediante el análisis de los efectos de las ideologías patriarcales en la redacción de las leyes y de las políticas sociales. Un trastocamiento ético que mantiene su eficacia merced a la colonización intelectual de legisladores y profesionales intervinientes en estas historias. Pero cuando las consultas provienen de otros grupos sociales la evaluación de los comportamientos de aquellas madres, ahora abuelas, reclama otros refinamientos técnicos, que forman parte de los interrogantes que se plantean las mujeres que actualmente consultan: "Mi madre no se daba cuenta" o bien "Si se lo hubiera contado ella no lo podría creer". Cuarenta años atrás aquellas mujeres ¿hubieran aceptado como posible que su marido fuese capaz de algo semejante? El desarrollo de esta problemática es extenso y no admite simplificaciones. En cambio nos advierte acerca de los nuevos registros de las mujeres acerca de sus derechos, de los derechos de sus hijas y del valor que adquirió la palabra de la mujer cuando denuncia, cuando narra, cuando cuestiona, cuando habla, cuando se defiende, cuando promueve el juicio crítico y el respeto por su historia de vida. Porque lo personal es político.


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