La cenicienta que no quería comer perdices!

jueves, 28 de abril de 2016

"La cultura idealiza la maternidad pero al mismo tiempo no la valora"


"La cultura idealiza la maternidad pero al mismo tiempo no la valora"

Laura Freixas, escritora y promotora de la literatura escrita por mujeres, reflexiona en su último trabajo 'El silencio de las madres' sobre la invisiblidad de la maternidad en la cultura y sobre los efectos de la desigualdad entre mujeres y hombres en este campo.
"Cuando se habla de la maternidad es un ministro hombre tomando una decisión sobre las pensiones, o es la Conferencia Episcopal, compuesta al 100% por caballeros, diciéndonos a las mujeres lo que es la maternidad", sostiene.

Laura Freixas (Barcelona 1958), escritora, editora, crítica literaria y traductora, es, además, una de las defensoras más activas de la literatura escrita por mujeres y de la igualdad en el ámbito de la cultura. Desde que se publicó su primera colección de relatos 'El asesino de la muñeca', en 1998, Freixas se ha adentrado también en la novela, el ensayo y ha publicado una autobiografía.
A esta actividad hay que unir su intensa lucha por visibilizar el papel de las mujeres en este campo como directora de 'Clásicas y Modernas', la asociación para la igualdad de género en las artes, y como autora de artículos en diferentes medios de comunicación. Precisamente su último trabajo, 'El silencio de las madres’, recoge 32 textos en los que reflexiona por un lado sobre la desigualdad de las mujeres en este campo, pero también sobre la invisibilidad del concepto de maternidad en la cultura.
‘El silencio de las madres’ es un título que esconde muchos matices, ¿qué quiere decir con él?
Lo que quiero decir es que en la cultura, pero también en la política, está ausente la voz de las mujeres en general, pero en particular la voz de las mujeres en tanto que son madres. Es decir la experiencia de la maternidad, del deseo de maternidad o de su rechazo, es algo que no está en la cultura. Se ve de plano si lo comparamos con el tema de la guerra, y en general las luchas de poder entre hombres, que es un tema omnipresente en la cultura, desde el protagonismo del fútbol, hasta el cine de guerra. En cambio, basta echar un vistazo a la cultura, a la prensa, a los medios, y ver que no se habla de la otra experiencia básica de la humanidad que es la maternidad. Y concretamente quien menos habla de ello son las interesadas. Cuando se habla de la maternidad es un ministro hombre tomando una decisión sobre las pensiones, o es la Conferencia Episcopal, compuesta al 100% por caballeros, diciéndonos a las mujeres lo que es la maternidad.
En este sentido, se refiere en el libro a la "maternidad escondida", o a las madres como "recipiente", ¿qué tenemos qué entender por ello?
La maternidad se idealiza, la cultura idealiza la maternidad, pero al mismo tiempo no la valora. Eso se ve en el hecho de que solo se habla de la maternidad en la subcultura, en los libros de autoayuda, pero no en las grandes novelas. Se habla en las revistas populares, del corazón o las femeninas, pero no en las intelectuales. Y además veo una representación iconográfica de la maternidad muy llamativa, que es la mujer embarazada, pero sin cabeza. Desde que me di cuenta, lo veo como una constante en todas partes, en los reportajes sobre madres, en la publicidad… Se representa a las madres cortándoles la cabeza y los pies, de manera que solo se representa el vientre y eso corrobora las madres como subordinadas a sus hijas e hijos, y como personas que realmente no existen como individuos, sino que son una función. También se ve en el hecho de que no se presentan distintos modelos de maternidad, si no que la visión que se da en la cultura de la maternidad es muy estándar. Se presenta la maternidad como algo maravilloso e ideal y a las mujeres como felices de sacrificarse por sus hijos. Se perpetúa el mensaje de la maternidad como algo impersonal, como si las madres no fuéramos seres humanos con nuestras dudas, nuestras incertidumbres y nuestras reflexiones. Por eso digo en el libro que en nuestra cultura falta una voz, la de las madres pensantes.
Hay más mujeres que estudian la carrera de Bellas Artes, pero los directores de los museos son en una abrumadora mayoría hombres
El libro también recoge artículos en los que reflexiona sobre la invisibilidad de las mujeres en la cultura. Para su elaboración ha tenido que releer trabajos de los últimos años ¿ha notado alguna evolución en este sentido?
Desgraciadamente no hay un avance, a veces lo parece, pero luego hay retrocesos. No hay un avance sostenido. Por ejemplo, yo he estudiado la proporción de premios literarios ganados por mujeres por décadas y resulta que la década de 1950 había muchas más mujeres que ganaron premios literarios que en la de 1970. Yo creo que el único avance que ha habido estos últimos años ha sido la aparición de la conciencia de este tipo de cosas y de una serie de asociaciones -básicamente de mujeres con la participación de algunos hombres- por la igualdad en distintos campos de la cultura: la asociación de mujeres investigadoras y tecnólogas, de la mujeres cineastas (CIMA), la de artes visuales y la que yo presido, Clásicas y Modernas. Si la cultura es una pirámide en cuya base está el público y en cuya base y en cuya cima están los creadores, los que tienen autoridad, autoría y poder, nos encontramos con que en la base hay una mayoría de mujeres, pero en la cima las mujeres son minoritarias. Es decir, para entendernos, hay más mujeres que estudian la carrera de Bellas Artes, pero los directores de los museos son en una abrumadora mayoría hombres; hay mayoría de mujeres entre los que estudian periodismo, pero todos los directores de los periódicos nacionales son hombres.
Varias mujeres visitando un museo
Y con este diagnóstico, ¿cómo ve el futuro?
Yo tengo la esperanza de que la acción de las asociaciones de las mujeres llevará a una mayor conciencia y eso es un triunfo. Ya estamos viendo, por ejemplo, a través de esta entrevista, que empieza a haber una conciencia de la desigualdad de la cultura y una conciencia de que esto no es normal, de que la igualdad no va a llegar por sí sola. Y sobre todo lo que me interesa es que se entienda que no es un problema profesional para las mujeres que nos dedicamos a la cultura. Las cuales dicho sea, tenemos derecho a la igualdad. Pero esto tiene además unas repercusiones tremendas en la sociedad. Por ejemplo, a mí me parece incomprensible, escandaloso, y escalofriante -y ya verás que no exagero- la indiferencia social ante los asesinatos machistas. El otro día salía un reportaje de los que fueron directores de periódicos durante el terrorismo etarra, diciendo: “Hoy nos avergonzamos de ver que ni siquiera publicábamos los asesinatos en portada”. Pues bien, yo haría la reflexión de que hoy siguen sin publicarse en portada los asesinatos machistas. La acción de estas asociaciones es imprescindible.

viernes, 18 de octubre de 2013


Increíble poema escrito por una paciente internada en un neurosiquiátrico...

 Tengo atados los tobillos
a los barrotes cromados
de la gente que me mata
a golpe de compasión...

Os veo en blanco y negro
entre la bruma acolchada...
Tengo atadas las muñecas
al acero de tu alma...

Mi empeño es salir de aquí,
aunque la calle esté muerta...

Resistir me ha agotado,
pero aún me queda fuerza
para recibir la aguja que me inyecta su veneno,
mi pavor y tu locura...

Anhelo la luz del rojo,
el brillo azul de la paz.

Anhelo la danza clara de tus ojos sin compás,
que se desgastan sin rumbo,
serrados por flores muertas...

Aquí lo blanco deviene sudario de la locura
y lo negro se convierte en manto de la ternura...

Atada por las muñecas,
me sacudo con furor,
y oigo rugir a la fiera
del dolor de verse muerta...

Perdida en mi razón,
herida,
lucho por mi libertad,
contra tu miedo y mi espanto.

Lucho con la voluntad
de dar amor al cromado
que perfora mis tobillos.

Atada de pies y manos,
me hiergo sobre las cumbres
de compases de colores,
de esperanzas de mil danzas...

Atada de pies y manos,
me desvanezco al final,
me muero en un sueño dulce...

¿Para qué ya despertar si las calles están muertas y los ojos sin compás?
Publicado 3 days ago por Ana Cortiñas Payeras


Enlaces de interés:

Sancionaron una nueva ley de salud mental  

Modifica los requisitos para la internación psiquiátrica

Por   | LA NACION

miércoles, 10 de octubre de 2012

Y a mí, ¿quién me cuida?

El 75 por ciento del cuidado infantil en la ciudad de Buenos Aires está a cargo de mujeres y sólo un cuarto en manos de varones. La desigualdad a la hora de cuidar a niños, niñas y adultos mayores es evidente en la tarea todavía más invisibilizada del trabajo femenino: cambiar pañales, ver carpetas, bañar, alimentar y un etcétera que no termina más. Las investigadoras Eleonor Faur, Valeria Esquivel y Elizabeth Jelin realizaron una tarea en donde se visibilizan las dificultades de los sectores populares y medios para trabajar y llevar adelante la crianza de sus hijos e hijas.
   

 Por Luciana Peker
Una mujer le cambia los pañales a un bebé: cuida que no se caiga, que no se desparrame el enchastre, que el bebé se incomode por el menor tiempo posible, que la cola no se irrite, que se entretenga con un juego mientras se lo limpia, que el pañal y el óleo calcáreo estén cerca para no tener que estirar una mano lejos y sostener al bebé con la otra mano) uf, eso es parte de cambiar a un bebé. Un varón abraza y cambia a su hijo en medio de una tarde de verano (eso implica sacar y poner las zapatillas, llevar un bolso con ropa extra por si se moja o se ensucia, lograr que el niño se quede quieto y conseguir la misión prometida). Una mujer mira a su hijo bañar (lo observa para que no se levante, lo convence de enjabonarse, lavarse el pelo y, mucho peor, dejarse sacar el shampoo estirando la cabeza para atrás con tal de que no le caiga ni una gota picante en los ojos, lo entretiene con una timba de juguetes acuáticos y ya tiene preparado el cepillo para peinarlo y el chupete para calmarlo). Una mujer le da un yogurt a un bebé (pero antes le puso el babero, una tarea que puede irradiar una ola de llanto o implicar un simple nudo) y lo montó sobre una sillita llena de juguetes para que en el tiempo que transcurre de la heladera a la cuchara y de la cuchara al avioncito el bebé esté siempre entretenido con botones para tocar y colores para mirar. Una mujer mayor apoya sus manos en la bacha para que una nena se lave las manos (una frase que se puede decir una o diez veces, o que puede ser un simple goteo si no se relojea que realmente el jabón pase por las manos). Una mujer le lava los dientes a la niña (es maestra jardinera por el guardapolvo pero entre sus misiones está hacerle abrir la boca grande y aunque quiera cerrarla lograr cepillar cada muela y cada diente, tal vez por eso su mano está tan firme sobre la cabeza de la nena). Una chica pasa el peine (mientras la nena que pone el pelo pone también cara de tortura china mientras frunce todos los músculos de su cara), pero ella no se amedrenta ante nudos ni rabietas hasta que el cepillo pase como si nada.
Estas son algunas de las imágenes cotidianas que tomó el fotógrafo e investigador Matías Bruno en su ensayo fotográfico “Coreografías del cuidado”, que forma parte del libro Las lógicas del cuidado infantil entre las familias, el Estado y el mercado, que editaron Valeria Esquivel, Eleonor Faur y Elizabeth Jelin. La publicación contó con el apoyo del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES); el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). En la Ciudad de Buenos Aires sólo un cuarto del cuidado infantil está a cargo de los varones, mientras que el 75 por ciento de esas infinitas tareas cotidianas les corresponde a las mujeres. Y, a pesar de que la mayoría (65 por ciento) trabaja afuera, también gran parte (60 por ciento) trabaja adentro del hogar. En total, ellas le dedican entre tres y cinco horas exclusivas al cuidado de los hijos/as, y los varones entre una y dos.
Las diferencias son claras. En Clarín porteño, por ejemplo, el año pasado se publicó, en la sección “Definición”: “Tareas domésticas: lo que hace una mujer y nadie lo nota, pero si deja de hacerlo, todo el mundo lo advierte enseguida”. El planteo que no se advierte es por qué las tareas domésticas –esas que se borran tan rápido como un plato lavado vuelve a ensuciarse– tienen que estar en la esponja de una dama.
De hecho, cinco de cada diez argentinos/as todavía creen que el rol más importante de la mujer es, “por su naturaleza”, cuidar de su hogar y dedicarse a la crianza de los hijos, según una nota de Mariana Carbajal publicada en Página/12 el 27 de marzo del 2012, con datos de una encuesta nacional de la consultora Ibarómetro, en donde seis de cada diez entrevistados/as reconoce un ambiente machista en la Argentina. Y por casa, ¿cómo andamos? “En el 50 por ciento de los encuestados/as, el esquema más adecuado es aquel en el que el hombre y la mujer trabajan lo mismo y los dos se ocupan por igual del hogar y los hijos. La mitad restante se inclina por alternativas más asimétricas: casi un 32 por ciento elige que “la mujer trabaje menos y se ocupe más del hogar y de los hijos”, y un 16,5 por ciento prefiere el modelo “más tradicional”, donde sólo el hombre trabaja y la mujer se encarga completamente de las tareas domésticas y los hijos”, señala Carbajal.
Sin embargo, el debate sobre el cuidado y el uso del tiempo en la crianza y las tareas hogareñas está invisibilizado en la sociedad. Y pareciera que esas largas horas que se pasan mientras el peine fino se traba o el bebé se despierta de noche o hay que llevar una torta a la feria del plato de la escuela o recoger la plata para el Día del Maestro/a se evaporaran como si todo ese esfuerzo no existiera. Por eso, esta investigación es una forma de instalar, al menos, el debate en el marco público. “Las lógicas del cuidado responden a patrones sociales y culturales de relaciones entre géneros y clases sociales. En primera instancia, es en el ámbito del hogar en el cual se organizan y definen las responsabilidades del cuidado de sus miembros. Pero el cuidado no sólo se provee en el ámbito familiar”, resalta el libro de las autoras Valeria Esquivel, doctora en Economía e investigadora de la Universidad de General Sarmiento; Eleonor Faur, licenciada en Sociología y oficial de Enlace del Fondo de Población de Naciones Unidas en la Argentina (Unfpa) y Elizabeth Jelin, investigadora superior del Conicet con sede en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).

¿Cuáles son las principales conclusiones de la investigación?

Valeria Esquivel: Hay un discurso en los países centrales en donde no importa el tiempo sino la calidad de ese cuidado, y termina achacándole mala calidad a los sectores populares. Ni tanto ni tampoco. Con más recursos en las familias hay más posibilidades de externalizar del hogar algunos de estos cuidados del hogar. No es todo o nada. No es que si cuidan no trabajan y si trabajan no cuidan. Además el cuidado es trabajo no remunerado. Pero se ve en los datos que hay menos posibilidades de externalizar algo de este cuidado y de llevarlo a la esfera pública o tomar sustitutos en algunos de estos cuidados en los sectores de menores recursos, y más posibilidades en los sectores de mayores recursos porque hay una trabajadora doméstica o porque pueden externalizar en el momento en que padres y madres están en el mercado de trabajo. Es interesante que en la Ciudad de Buenos Aires las madres participen del mercado de trabajo mucho más que en el promedio del país. Pero a las 16.30 las madres que trabajan paran de trabajar remuneradamente (que coincide con el tiempo del colegio), mientras que los padres paran alrededor de las 20 y esto implica que los ingresos o la carrera profesional de las mujeres se tiene que hacer compatible con eso.

Ahora hay una idea de que los padres son mucho más participativos. ¿Es real?

Esquivel: El dato es que el 20 por ciento de los padres que cuidan tienen mucha participación y poco tiempo cada vez que participan. El 70 por ciento de los padres de niños y niñas entre 0 y 18 cuidan en algún momento del día, pero poquito.

¿Qué pasa en los sectores populares?

Eleonor Faur: Profundizamos la encuesta de uso de tiempo con entrevistas enfocadas en los sectores populares e intentamos acercarnos más a la vida de las mujeres. Recorrimos dos barrios: La Boca, uno de los más pobres de la Ciudad de Buenos Aires, y otro de San Miguel del conurbano bonaerense. Son barrios populares, pero diferentes. Encontramos 31 mujeres y un hombre a cargo de sus niños. Encontramos que las formas en las que organizan el cuidado las mujeres se relacionan con las posibilidades que encuentran en el mercado de trabajo, los servicios de cuidado de sus barrios, la estructura familiar que tienen. Por ejemplo, una jefa de hogar con niños es muy raro que sea una madre de tiempo completo. Tienen que encontrar estrategias alternativas para el cuidado de los niños que no son sencillas de conseguir. Lo que más hay son jardines de infantes y después hay –menos– centros de desarrollo infantil, y prácticamente no hay otro tipo de servicios. En algunos barrios hay jardines comunitarios.

Las mujeres piden más jardines maternales...

Faur: Es una demanda social muy importante que se expresó masivamente en las mujeres de La Boca. Aquellas mujeres que deciden mandar al jardín a sus hijos en edades tempranas hacen un recorrido largo, tedioso y a veces infructuoso.

Sin embargo, no está en la agenda pública a pesar del nivel de dramatismo que tiene para las mujeres no encontrar jardines maternales...

Elizabeth Jelin: Porque está tan interiorizada la idea de que la que cuida es la madre que hay poca organización barrial reclamando. No se juntan diez madres para ir a protestar pidiendo un jardín maternal. Se piensa que cada madre está al cuidado de su hijo. La otra cuestión ideológica y cultural es que si se deja el hijo al cuidado de otra no es tan buena madre. Cuidar a sus hijos es, también, darles de comer. Hay una tensión entre los recursos que se necesitan para darle a ese chico. La madre se levanta a las cuatro de la mañana para conseguir vacante pero no se encuentran acciones colectivas. Se sigue pensando que es una responsabilidad materna.
Faur: Sí encontramos alguna mujer que recurría al sistema judicial, pero no para conseguir vacante sino para conseguir un certificado de violencia familiar para que le den una vacante en la escuela donde estaba, en lugar ocho o diez antes de conseguir ese certificado. Tienen que tener ciertas condiciones para conseguir esa vacante. De todas maneras, en la Ciudad de Buenos Aires se ha posicionado el tema por una organización no gubernamental que ha recurrido a la Justicia pero no como una demanda de mujeres.
Esquivel: Hay un sector social que está resolviendo su cuidado de manera privada, entonces no lo transforma en demanda porque pueden pagar la oferta privada o la empleada doméstica.

¿Ahí está la diferencia de clases?

Faur: Si una pensara en un abanico de alternativas para distintas mujeres y a qué instituciones recurren en el cuidado de los hijos se da cuenta de cuánto recurren a sus familias, cuánto pueden externalizarse en servicios estatales o públicos y gratuitos o cuánto puede privatizarse. Las mujeres más pobres familiarizan el cuidado en una altísima proporción; otras mujeres luchan por conseguir una vacante en el jardín público y las mujeres que lo pueden pagar –con mejores posibilidades en el mercado de trabajo– pagan por servicio doméstico o por jardines de infantes privados o superponiendo las dos estrategias. Las diferencias sociales son muy amplias. El cuidado infantil es un vector de la desigualdad social y de género muy significativo y que está invisibilizado, porque se supone que lo hacemos las mamás y punto.

¿Qué pasa cuando el cuidado recae en las niñas en su rol de hermanas mayores?

Jelin: Esta feminización del cuidado se da, a veces, cuando la urgencia es grande para que la mamá salga a trabajar y que se perjudiquen las posibilidades de las nenas que se hacen cargo de las labores domésticas o cuidan a los hermanitos. Lavar el baño, hacer las compras o preparar la comida son formas de cuidado indirecto. Yo he encontrado nenas de 8 años cocinando en cocinas a kerosén en un lugar cerrado.
Faur: En la investigación un papá refiere que deja a los dos menores con la mayor, que tiene seis años, y dice: “Es como una mamá, ¡es divina!”. Hay situaciones apremiantes. Es importante no caer en la culpabilización de los padres. Este papá que está buscando no logra acceder a su vacante, a veces los deja mirados por una vecina (porque como no le puede pagar no le puede pedir un cuidado permanente), va a comedores y ahí aparece el cuidado de niñas a sus hermanitos como una situación de emergencia. Es una realidad dura para las niñas.
Jelin: Es probable que esta nena falte más a la escuela que otras nenas de seis años y que esto le afecte sus oportunidades y sus capacidades educativas.
Faur: Una pone la lupa en el cuidado atravesándolo desde un enfoque de género y cómo se confina, a veces, a las mujeres a cierta tarea y dificulta niveles de autonomía mayores. Pero no todas las mujeres tenemos las mismas posibilidades. El cuidado aparece como una categoría de desigualdad social muy potente.

En la clase media se vive cada vez menos en grandes familias y hay más mujeres solas...

Jelin: Sabemos que los hogares son cada vez más chicos. Hay muchas profesionales divorciadas con hijos chicos y nos las arreglamos con recursos económicos para pagar cuidados. Mientras que las abuelitas de clase media están haciendo una cantidad de cuidado, no necesariamente por necesidad económica sino porque les gusta y porque también hay una idea de calidad de cuidado. Hay abuelitas que –aunque no convivan– igual cuidan, y está la posibilidad de pagar jardines de infantes y de tener personal doméstico. En los sectores medios la dependencia de la provisión de servicios públicos es menor que en los sectores populares.

¿Por qué el cuidado sigue recayendo tanto en las mujeres?

Esquivel: El 12 por ciento de todo el cuidado es provisto por mujeres que no viven en el hogar –familiares, tías–. No sabemos cuánto es el cuidado provisto por instituciones o trabajadoras domésticas. Pero del cuidado no remunerado se ocupan mujeres que a su vez pierden la chance de conseguir trabajos remunerados. El cuidado es una dimensión para leer las diferencias sociales, pero además las sobreimprime y las refuerza.

¿El poco tiempo de cuidado de los padres cambiaría si cambia la licencia por paternidad, que hoy no llega a un fin de semana largo?

Faur: Simbólicamente es importante incrementar la licencia por paternidad. Es anacrónico que los varones tengan dos días en el sector privado. En distintos sectores de ocupación del empleo tienen distintas licencias, por ejemplo, en el Estado suelen tener más plazo. De todas maneras, las licencias por paternidad sólo cubren el sector formal de la economía. Es una población limitada la que tiene acceso a las licencias. Igual, aunque se aumenten en cinco días no hace a un cambio real en la disponibilidad del papá en poder atender a los niños. Son cambios necesarios porque hacen justicia, pero después hay otras tramas para seguir avanzando para que los varones participen más de la crianza de los hijos.
Jelin: Las licencias son para el momento del nacimiento. Pero al nene hay que cuidarlo muchos años. Y el tema es todo el resto del tiempo y no solamente el comienzo. Ahí las condiciones del mercado de trabajo son fundamentales. Es necesario disminuir las jornadas laborales, que son muy extensas. El tema del cuidado apunta a transformaciones del mercado de trabajo. A las trabajadoras en shoppings les tocan los turnos en beneficio de las empresas, no cuando les viene bien a ellas, que tienen que cuidar a los hijos. Pero la organización del cuidado y el mercado laboral no está para nada en la agenda pública. Tampoco en la demandas sindicales.
Esquivel: El mercado de trabajo funciona como si ni madres ni padres tuvieran responsabilidades de cuidado. El esfuerzo de cubrirlas queda del lado de las madres. Pero se necesitan horarios menos extensos y un mercado de trabajo que reconozca que madres y padres tienen responsabilidades de cuidado porque si no, de nuevo, enfatizás los horarios reducidos para las madres y se vuelve simbólicamente a decir que el cuidado es responsabilidad de las madres, y no es así.

Un trabajo además del trabajo

  • Doble trabajo: 65 por ciento de las mujeres porteñas trabajan, pero el cuidado de niños, niñas y adolescentes está a su cargo
  • Un tema de mujeres: En la Ciudad de Buenos Aires, el 75 por ciento del total del cuidado infantil es provisto por mujeres y sólo el 25 por ciento por varones.
  • A destiempo: Los padres dedican al cuidado infantil un promedio de casi una hora y media por día, mientras que en el caso de las madres ese tiempo se ubica por encima de las tres horas y sube a cinco si en el hogar hay niños o niñas de edad preescolar, y en el caso de los varones a dos horas si sus hijos son menores de tres años.
  • Otra ocupación: Las madres y padres no ocupados dedican en promedio un tiempo similar al cuidado infantil (un poco más de cuatro horas diarias).
  • Adolecen de tiempo: En el caso de los adolescentes los padres les dedican solamente once minutos y las madres media hora.
Fuente: Distribución del tiempo de cuidado de niños y niñas en hogares de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el capítulo de Valeria Esquivel de Las lógicas del cuidado infantil entre las familias, el Estado y el mercado.

¿Quiénes cuidan?

  • 60 por ciento: madres
  • 20 por ciento: padres
  • 12 por ciento: mujeres no residentes en el hogar
  • 4 por ciento: otras mujeres del hogar
  • 3 por ciento: varones no residentes en el hogar
  • 1 por ciento: otros varones del hogar
 

      
 
 


            

lunes, 27 de agosto de 2012

Proponen habilitar la “denuncia solidaria” por parte de terceros en casos de violencia familiar

Dos proyectos de ley sobre violencia familiar, que proponen habilitar la denuncia por parte de terceros y de niños y adolescentes, fueron presentados por los senadores Aníbal Fernández y Elena Corregido.

Las propuestas contemplan también imponer castigos a funcionarios públicos que teniendo que haber actuado ante las denuncias de violencia familiar no lo hayan hecho, explicaron los legisladores durante una conferencia de prensa en el Senado.
También establecen la creación de un registro nacional de deudores alimentarios en mora y plantean restricciones para estas personas como el impedimento de obtener o renovar el pasaporte, las licencias de conducir, tarjetas de crédito o la apertura de cuentas bancarias.
Quienes adeuden cuotas alimentarias tampoco podrán conseguir habilitaciones para aperturas de comercios o industrias o desempeñarse en cargos públicos, así como tampoco obtener concesiones, permisos o licitaciones.
El oficialismo aspira a que ambas iniciativas, que serán presentadas mañana en la mesa de entradas del Senado, sean tratadas en comisión a la brevedad para ser sancionadas antes de fin de año, adelantó Fernández.
La primera de las leyes propuestas, denominada de protección, sanción y erradicación de la violencia y abuso de poder en el grupo familiar, determina que las denuncias podrán hacerse ante cualquier instancia judicial, policial o administrativa de la Nación, las provincias o los municipios, y que podrá solicitarse la reserva de identidad del denunciante.
Agrega que los niños y niñas y adolescentes podrán denunciar “por sí los hechos que los afectan” ante cualquiera de estos ámbitos y que los testimonios podrán ser verbales o escritos e incluso por vía de correo electrónico o en lenguajes alternativos en el caso de personas discapacitadas.
El proyecto incorpora también la llamada “denuncia solidaria” para que terceros o “todos aquellos que se sientan afectados” por una situación de violencia puedan efectuarla sin necesidad de la presentación de pruebas.
Corregido informó que se abrirán cursos de capacitación para todos los ámbitos del Estado encargados de recepcionar las acusaciones para que los agentes “estén preparados sobre cómo actuar ante una víctima de este tipo de delitos”.
“El principal objetivo es excluir al denunciado del hogar para poner fin lo antes posible a este tipo de situaciones”, explicó Fernández, quien agregó que se dispondrá el impedimento de la portación de armas para los denunciados que las posean.
Fernández admitió que “todas las leyes que se puedan hacer” en este sentido “son insuficientes” pero consideró que si se aprueban estas propuestas serán “herramientas contundentes” en la lucha contra la violencia familiar.
“Lo primero que tenemos que hacer es proteger a la familia de aquel que comete este tipo de abuso de poder”, sostuvo el senador del Frente para la Victoria y se mostró confiado en que el resto de los partidos políticos “acompañará” estas iniciativas.
Fernández advirtió que “no se puede esperar ver más muertes para conmoverse” y destacó el hecho de que los niños “puedan ser oídos” cuando padecen hechos violentos en el seno de la familia.

En el caso de terceros o funcionarios públicos “obligados a denuncias y que omitieren cumplir con dicha obligación se les impondrá una multa diaria equivalente al uno por ciento del sueldo básico de un juez por cada día de demora o pena de arresto de hasta diez días”.
“Si se tratara de un superior jerárquico la multa será de hasta el diez por ciento del sueldo de un juez y la pena de arresto será de hasta 30 días”, agrega el texto de la iniciativa a la que accedió Télam.
La norma contempla la adopción de “medidas de protección” luego de efectuada la denuncia, como la exclusión del denunciado del hogar y disponer alimentos provisionales a favor del damnificado cuando el excluido fuese el sostén principal del hogar.
En el caso de que no permaneciere en el domicilio, se fijará para el damnificado un domicilio diferente para “protegerla de posibles agresiones” o se la ingresará a casas de refugio, hogares alternativos y hoteles.
Además, prevé programas de prevención en medios de difusión masiva, la creación de un registro estadísticos sobre denuncias por violencia familiar y la inclusión de planes de atención y tratamiento en obras sociales y empresas de medicina prepaga.

sábado, 21 de julio de 2012

UNA DE CADA TRES HOGARES ESTÁ SOSTENIDO POR UNA MUJER

Una de cada tres familias neuquinas está sostenida por una mujer. Así surge del último censo, que además revela su crecimiento relativo en la provincia: en 2001, sólo el 27% de los hogares tenían una jefa de hogar, mientras que hoy alcanzan el 34%.

Más allá de los porcentajes, se trata de casi 60 mil mujeres que todos los días deben trabajar para mantener sus hogares. De ellas, 40 mil no están en pareja, mientras que el resto sí convive con otra persona.
Según la fotografía que otorga la estadística, la mayoría tiene entre 25 y 64 años y tiene hijos a su cuidado. Aunque el censo no lo diga, las mujeres suelen más vulnerables que los hombres al empleo en negro y se ven claramente desfavorecidas en cuanto al salario. Su tasa de actividad, según el INDEC, es más baja que la de los hombres, ya que muchas de ellas quedan recluidas al hogar por el imperio de una cultura machista. Aunque esa tendencia de familia patriarcal parece estar dando paso a otro tipo de esquemas.

Cambios


“La sociedad contemporánea está viviendo importantes cambios económicos, sociales y culturales que se manifiestan en la familia”, explica el economista de la UNCo Humberto Zambon. “El antiguo prototipo de familia nuclear, propio de una sociedad patriarcal, con el hombre aportando económicamente con su trabajo fuera del hogar mientras la mujer desarrollaba su actividad dentro -realizando los quehaceres domésticos y la crianza de hijos- ha dado lugar a otro prototipo, resultado del avance en la igualdad de los sexos, donde ambos contribuyen económicamente en el sostenimiento familiar y en la realización de las tareas propias del hogar, incluyendo la relación y la responsabilidad con los hijos”, explica el especialista. “Simultáneamente, también ha crecido el número de familias monoparentales”, asegura a E&E, a través de una consulta vía correo electrónico.
Esta última puede ser una de las claves de la emergencia de la mujer como cabeza de familia, ya que la gran mayoría no vive en pareja. No necesariamente se trata de personas divorciadas (sólo 9 mil de las 40 que viven solas lo están), sino que gran parte (unas 18 mil) son solteras. Otras 9 mil, en tanto, son viudas, algo que acentúa a medida que avanzan en edad.
Aun así, el incremento de neuquinas a cargo de sus hogares también puede tener explicaciones metodológicas.
“Como un resabio de época anterior, figura como jefe de hogar el hombre (pensando en quien lo sostiene económicamente) cuando por lo menos en la mitad del total de las familias censadas debería figurar “ambos cónyuges”, sostiene Zambon. “El crecimiento numérico de la mujer como jefa de hogar es correlativo con el incremento de las familias monoparentales que, según estadísticas mundiales, se presenta en una relación 9 a 1 a cargo de la mujer frente al hombre”, detalla.
De hecho, según reveló Roxana Cuevas, coordinadora conceptual del censo al matutino Página 12, el concepto de jefe de hogar nace en parte de la propia percepción que el entrevistado tiene sobre su situación. “Si bien nosotros, cuando hicimos el censo, no fuimos con ninguna definición como ser que el jefe era el que ganaba más plata o cosas por el estilo, es cierto que todavía siguen vigentes patrones culturales ancestrales machistas”, sostuvo. Esto permite inferir que la cantidad de jefas de hogar podría ser mucho mayor.

Desfavorecidas


Si bien las mujeres cada vez ocupan más espacios en el mercado laboral, aún siguen rezagadas en comparación a los varones. En Neuquén, la mitad de ellas permanece inactiva, en parte, debido a la desigual distribución de la carga de las actividades domésticas y el cuidado del hogar.
La diferencia entre la tasa de actividad entre ambos sexos es del 28%, siete puntos por debajo del promedio nacional, que es del 35%. La brecha se da no por la presencia de las neuquinas en el mercado laboral (49%), sino por la baja participación de los varones, que alcaza el 68%.
A su vez, son las mujeres de la provincia quienes más padecen la desocupación. La tasa de desempleo es del 9% para ellas, frente a un 5% para los varones.
Los datos surgen de un exhaustivo análisis de la situación de la mujer en el mercado laboral que realizó el Centro de Estudios, Mujeres y Trabajo de la Argentina (Cemyt), que forma parte de la CTA, y que registró la situación entre 2003 y 2009.

Desigualdad


A nivel nacional, existen además varias incidencias particulares del mercado laboral femenino. Las mujeres ganan, en promedio, un 24% menos que los varones en iguales posiciones. La desigualdad de ingresos según género se mantiene sin importar la edad ni el nivel de estudios.
Sólo el 4% de las argentinas que trabajan en empleos remunerados desempeñan cargos directivos. En el caso de los hombres, la cifra se duplica, ya que el 9% de ellos accede a puestos de conducción.

FUENTE: LA MANAÑA DE NEUQUÉN - Por Roberto Aguirre

domingo, 29 de abril de 2012

  MESA DEBATE " ASESINADAS EN NOMBRE DEL AMOR" (FERIA DEL LIBRO, BUENOS
 AIRES)

 FEMICIDIO


En la Cámara de Diputados de la Nación se acaba de dar media sanción
al proyecto de incorporar al código penal la figura de “femicidio”,
como efecto de la visibilidad de los crímenes de mujeres que forma
parte de la estrategia de incidencia política del feminismo. Para que
fuera posible mirar los asesinatos de mujeres de esta manera, hizo
falta dejar de naturalizar la violencia en las relaciones
interpersonales como exceso pasional, y a la vez dejar de ver estos
casos como crímenes individuales y percibir el patrón colectivo que
los posibilita.

Cuando el psicoanálisis tradicional aplica a las mujeres que sufren
violencia la caracterización de “masoquistas”, las hacen
corresponsables como víctimas, poniendo énfasis en el vínculo como si
fuera patológico e involucrara a una pareja que se vuelve así
“anormal”. Pero la crítica feminista precisamente va a poner el foco

en las estructuras de dominio y de poder que hacen de toda mujer, por
su mera condición de mujer, un sujeto vulnerable a la violencia como
reaseguro de la posesión y el sometimiento.

Las acciones de violencia sobre una mujer pueden llevar a esa mujer a
la muerte; pero las palabras para describir esa violencia nos ponen en
peligro a todas. El propio hecho de comunicar los episodios de
violencia extrema y los femicidios en los medios masivos de
comunicación tienen efectos paradojales. Ante las noticias difundidas,
muchas mujeres relatan que sufren amenazas de que les va a pasar lo
mismo si no son dóciles, o se minimizan sus quejas porque la violencia
que sufren no es comparable a la que toma estado publico, o los
victimarios imitan como por contagio los mecanismos violentos. Este es
el caso, a partir del resonante episodio del baterista de
“Callejeros”, con la difusión de varones que prenden fuego a las
mujeres, episodios que se agudizan multiplicándose cuando son
difundidos. Imaginemos el efecto si además estos crímenes permanecen
impunes. Su difusión, lejos de darle recursos de advertencia a las
posibles víctimas, refuerzan la posición del victimario.
Sin embargo, el avance en las políticas públicas contra la violencia,
la aceptación del Estado del papel que le cabe en garantizar la
integridad de las mujeres como condición de su ciudadanía, comenzó
precisamente con un femicidio de gran repercusión: el asesinato de
Alicia Muñiz por parte de Carlos Monzón. El reconocimiento público de
las figuras involucradas le dio una trascendencia al hecho que pronto
pasó a ser debate sobre la violencia doméstica.
Recién a partir de este caso comenzaron a crearse áreas de atención, y
a apoyarse a las organizaciones de mujeres que venían luchando contra
este flagelo a través de grupos de autoayuda pero sin recursos
estatales como dispositivos de salud y de refugio. Mar del Plata, el
lugar donde había ocurrido este hecho, fue escenario también de otro
escalofriante episodio femicida: el asesinato de prostitutas que se
atribuyó a un inexistente “loco de la ruta”, pero que luego de una
cuidadosa investigación llevada adelante por un juez local, reveló la
trama de corrupción policial, judicial y política en la explotación de
la prostitución.
¿Podríamos llamar a estos episodios “femicidio”? Curiosamente, entre

los agravantes que acaban de votar los diputados y diputadas, figura
el odio racial o la homofobia, pero la condición de prostitución y
trata de personas no figura. Evidentemente es costoso pensar la
prostitución como una forma de violencia, por eso el aliento oficial a
quienes hablan de “trabajo sexual”, ya que de esta forma el
prostituyente, por efecto de un eufemismo, se transforma en “cliente”,
y el dinero de la transacción elimina el gesto violento de transformar
un cuerpo en mercancía.