La cenicienta que no quería comer perdices!

lunes, 19 de diciembre de 2011

Eva no quiere....

Eva no quiere ser para Adán
la paridora pagada con pan.
Eva prefiere también parir,
pero después escoger donde ir.
Por eso adquiere un semental
y le da uso sin dudas normal.
Eva cambio la señal.

Eva sale a cazar en celo
Eva sale a buscar semillas
Eva sale y remonta vuelo
Eva deja de ser costilla

Eva no intenta vestir de tul,
Eva no cree en un príncipe azul.
Eva no inventa falso papel
el fruto es suyo con padre o sin él.
Eva se enfrenta al que dirán
firme al timón como buen capitán.."

                          Silvio Rodriguez

martes, 13 de diciembre de 2011

Curso básico de racismo y machismo*

By Eduardo Galeano

Por algo fueron mujeres las víctimas de las cacerías de brujas, y no sólo en los tiempos de la Inquisición. Endemoniadas: espasmos y aullidos, quizá orgasmos, y para colmo de escándalo, orgasmos múltiples. Sólo la posesión de Satán podía explicar tanto fuego prohibido, que por el fuego era castigado. Mandaba Dios que fueran quemadas vivas las pecadoras que ardían. La envidia y el pánico ante el placer femenino no tenían nada de nuevo. Uno de los mitos más antiguos y universales, común a muchas culturas de muchos tiempos y de diversos lugares, es el mito de la vulva dentada, el sexo de la hembra como boca llena de dientes, insaciable boca de piraña que se alimenta de carne de machos. Y en este mundo de hoy, en este fin de siglo, hay ciento veinte millones de mujeres mutiladas del clítoris.
No hay mujer que no resulte sospechosa de mala conducta. Según los boleros, son todas ingratas; según los tangos, son todas putas (menos mamá). En los países del sur del mundo, una de cada tres mujeres casadas recibe palizas, como parte de la rutina conyugal, en castigo por lo que ha hecho o por lo que podría hacer:
—Estamos dormidas— dice una obrera del barrio Casavalle de Montevideo. —Algún príncipe te besa y te duerme. Cuando te despertás, el príncipe te aporrea.
Y otra:
Yo tengo el miedo de mi madre, y mi madre tuvo el miedo de mi abuela.
Confirmaciones del derecho de propiedad: el macho propietario comprueba a golpes su derecho de propiedad sobre la hembra, como el macho y la hembra comprueban a golpes su derecho de propiedad sobre los hijos.
Y las violaciones, ¿no son, acaso, ritos que por la violencia celebran ese derecho? El violador no busca, ni encuentra, placer: necesita someter. La violación graba a fuego una marca de propiedad en el anca de la víctima, y es la expresión más brutal del carácter fálico del poder, desde siempre expresado por la flecha, la espada, el fusil, el cañón, el misil y otras erecciones.
*Fragmento
Patas arriba: la escuela del mundo al revés

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Capitalismo y patriarcado: la doble desigualdad de la mujer

Evelyn Martínez*
Martes 9 de agosto de 2011, por Revista Pueblos
Si bien el patriarcado surgió mucho antes que apareciera el capitalismo, es precisamente con la aparición del último donde se refuerza y profundiza la división sexual del trabajo: el trabajo para el mantenimiento de la vida (trabajo reproductivo o del cuidado) atribuido a las mujeres, y el trabajo para la producción de los medios de vida atribuido a los hombres. Cuando aparece la producción excedentaria surge la necesidad de la acumulación de la riqueza y la división del trabajo en la familia sirvió de base para distribuir la propiedad entre hombre y mujer, como sostiene Engels “el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino” .

A partir de entonces, la esfera de lo reproductivo pasó a ocupar un segundo plano, después pasó a institucionalizarse mediante la costumbre, la religión y las leyes, que le asignaban la “superioridad” a lo masculino sobre lo femenino. Las desigualdades de género, como vemos, se han ido reproduciendo, desde entonces hasta la fecha, por imposición social, lo que conlleva a que actualmente pervivan grandes desigualdades económicas entre hombres y mujeres.
¿Cómo se refuerzan mutuamente capitalismo y patriarcado? Hay que recordar que el capitalismo es un sistema económico basado en relaciones de explotación y de expoliación cuyo objetivo es la búsqueda de la mayor ganancia posible a través de la reducción progresiva de costos. El patriarcado es una forma de organización política, social, económica, ideológica y religiosa basada en la idea de la autoridad y superioridad de lo masculino sobre lo femenino, fundamentada ridículamente en mitos y que se reproduce a través de la socialización de género [1].
El capitalismo y el patriarcado les niegan a las mujeres tener acceso y control sobre los recursos económicos internos y externos (acceso y control), permiten que se mantenga invisibilizado el aporte del trabajo doméstico o reproductivo en los agregados macroeconómicos. Bajo estas condiciones, las mujeres son explotadas y expoliadas, al igual que los hombres bajo el sistema capitalista; pero con un impacto diferenciado.
El trabajo doméstico y del cuidado permite mantener las condiciones de explotación y de sobreexplotación de la fuerza de trabajo en nuestro país, puesto que genera y transfiere valor, aunque no pase por el mercado como el trabajo asalariado. Considerando que el valor de la fuerza de trabajo se mide por la suma en dinero que asegura cubrir los medios de vida que garanticen su reproducción, datos calculados por el PNUD para 2008 indicaban que el salario promedio de los y las trabajadoras salvadoreñas que tenían empleo decente, como indicador indirecto para conocer cuál debería ser el valor monetario con el cual se lograría reproducir la fuerza de trabajo, era de $553.50 [2], mientras que el promedio nacional de salarios era de $ 247.4.
¿Cómo se pueden mantener los salarios promedios por debajo del valor de la fuerza de trabajo? La producción de bienes y servicios para el autoconsumo del hogar es uno de los principales factores que permiten que una parte del costo de reproducción de la fuerza de trabajo de las familias, que no cubren los bajos salarios que pagan las empresas capitalistas, sea cubierto por la producción doméstica, y esto permite mantener las altas tasas de ganancia del sector capitalista. Según el mismo informe del PNUD, el 89% del trabajo reproductivo, es realizado por mujeres y sólo el 11%, por hombres. El trabajo reproductivo no remunerado se convierte en un instrumento indirecto de la valorización de capital.
En los últimos diez años se han mantenido las desigualdades en cuanto al acceso y control de recursos económicos que permitan la autonomía económica de las mujeres; por ejemplo, los hombres tienen más acceso al trabajo remunerado que las mujeres debido a que las mujeres son las que mayormente asumen las responsabilidades domésticas, en cuanto al acceso a propiedad de empresas existe una brecha muy marcada entre hombres y mujeres. El modelo neoliberal, a través de los ajustes fiscales y la reducción del gasto social, ha provocado que la carga del trabajo doméstico se incremente, puesto que la reducción del gasto social se traduce en eliminación o “focalización” de subsidios, escasez de medicamentos, reducción de los servicios sociales públicos, lo que contribuye a que se dediquen más horas de trabajo no remunerado a los cuidados de personas adultas, niñez, y discapacitados. Los impactos ocasionados por los programas de ajuste no han sido neutrales con respecto al género.
No sólo se trata de “incluir a las mujeres” en las cuentas y en los indicadores de las estadísticas nacionales, sino más bien de cambiar la lógica del funcionamiento del sistema económico, cambiar la lógica de la acumulación por la lógica del mantenimiento de la vida, en todas sus formas.
En relación a la nueva lógica, existen dos corrientes que abordan el tema de género de acuerdo al grado de ruptura con paradigmas androcéntricos, que proponen una nueva redefinición de la economía tanto en lo relativo a la epistemología, como a los conceptos y los métodos, éstas son la economía feminista de la conciliación y la economía feminista de la ruptura [3]. La economía feminista de la conciliación pretende redefinir los conceptos fundacionales de la economía y trabajo, recuperando el conjunto de actividades femeninas invisibilizadas-condensadas en el trabajo doméstico-y conjuga esta recuperación con los conceptos previos: se redefine el concepto de trabajo, se trata de medir el trabajo domestico, se visibilizan las relaciones de género de desigualdad (diferencias entre el trabajo de mercado y trabajo doméstico entre hombres y mujeres).
La economía feminista de la ruptura pone en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, explora las consecuencias de esto en el cuestionamiento de todas las concepciones conceptuales y metodológicas previas y, por otro, atender no sólo a las diferencias entre hombres y mujeres, sino a las relaciones de poder entres las propias mujeres.
Para la economía feminista de la ruptura la producción y reproducción no tienen el mismo valor per se, sino en la medida en que colaboren o impidan el mantenimiento de la vida. Sostiene que las necesidades humanas son a la vez necesidades de bienes y servicios como también de afectos y relaciones, las facetas material e inmaterial deberían de entenderse conjuntamente.
El paradigma alternativo que trata de construir la economía feminista de la conciliación y de la ruptura también debe de incluir el aspecto de la ecología en el análisis del proceso de producción y de reproducción, ya que también es preciso tenerlo presente en el análisis de la sostenibilidad de la vida. Bajo la crisis actual a la que nos ha llevado el capitalismo y que no sólo es económica sino también ecológica, social y política; es necesario integrar dentro de los paradigmas teóricos de la economía tanto la igualdad de género como el principio de la sustentabilidad ambiental en los procesos de producción y consumo. En ese sentido, la economía, como propone la teoría feminista de la ruptura, debe no sólo preocuparse por la reproducción de la vida humana sino también de la reproducción de la vida en todas sus formas. ___ *Evelyn Martínez

Notas

[1] El proceso de socialización de género se refiere al proceso mediante el cual se le atribuyen una serie de estereotipos, roles y normas a hombre y mujeres, permite hacer que parezca natural la desigualdad y la discriminación contra las mujeres. Ver: Martínez, Julia Evelin, Patriarcado para principiantes, Contrapunto, 2011, en: http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/patriarcado-para-principiantes.
[2] PNUD. Informe de Desarrollo Humano 2007-2008. El Empleo en uno de los pueblos más trabajadores del mundo. PNUD. 2009.
[3] Pérez Orozco, Amaia. “Economía del Género y Economía Feminista ¿Conciliación o ruptura?” En: Revista Venezolana de Estudios de la Mujer. Vol. 10, Nº 24. Caracas, Venezuela. 2005.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Las otras...las invisibilizadas

Por Marta Dillon

Pepa Gaitán tenía 27 años cuando recibió un tiro de escopeta que le destrozó el pecho. El hombre que disparó no pronunció ni una sola palabra antes del disparo, el arma que usó estaba a mano, él mismo la había dejado en un lugar visible después de haberla pedido prestada a un vecino, como si ese caño de metal le diera la seguridad suficiente para amenazar a su víctima como lo venía haciendo desde hacía semanas. Pepa era lesbiana, una lesbiana masculina que se reconocía en ese apodo y no en el nombre que figuraba en su documento, el mismo nombre con el que se insiste en llamarla ahora que sólo se puede apelar a la memoria de una vida corta e intensa, con partidos de fútbol jugados con los niños y niñas de su barrio como la mejor forma de contenerlos, con la pasión por las motos, con la admiración por su padre tatuada en la piel de más de una manera, con el amor por las mujeres repartido en varias parejas que aun después de dejar de serlo no podían más que confesarse enamoradas de ese “gordo” querendón, con algo de adolescente y algo más de ese estereotipo protector que se supone tienen que encarnar ciertos machos. El hombre que terminó con la vida de Pepa fue condenado este año a 14 años de prisión. En su alegato, Natalia Millisenda, abogada querellante representante de la madre de Pepa, demostró que en su homicidio habían tallado el odio, la lesbofobia. El final de Pepa estuvo atado a su orientación sexual y también a una identidad de género confusa para la mayoría, que tomaba para sí lo que quería tanto de la feminidad como de la masculinidad. El tribunal que juzgó al asesino, Daniel Torres, no consideró probada la lesbofobia. De todos modos, el Código Penal argentino no reconoce como agravante la discriminación por orientación sexual o identidad de género. Sí reconoció en cambio la violencia de género. En los fundamentos tomaron el argumento del fiscal que, tal vez amparado por leyes vigentes, se hizo cargo de la vulnerabilidad de la Pepa, la vulnerabilidad que significa haber nacido mujer. El crimen de la Pepa no entra en los registros de femicidio pero no se la puede obviar a la hora de pensar una fecha como el 25 de noviembre. Porque su vida y su muerte están atados a esa máquina de violencia que significa el género, la jerarquía entre los géneros, la corset que nos sujeta a todxs a pensar el mundo dividido en dos. Quien no encaja será invisible, su condena será habitar los bordes de la exclusión, su vida valdrá menos, el relato de su vida valdrá menos aún, confinado a las reinterpretaciones que haga la ley y el orden social, leyendo no entre líneas sino a través de la imposición de un sistema que aplica cruces en dos únicos casilleros: hombre o mujer.

La muerte de La Moma, la travesti platense asesinada en La Plata en octubre pasado, tampoco cuenta en las cifras informales que intentan dar dimensión a la violencia de género. Carolina González Abbat no sólo perdió su vida en el momento en que la asfixiaron, la apuñalaron, la golpearon. También perdió su nombre, su identidad, el relato que para sí misma había construido tejiendo lazos sociales y solidarios con otras mujeres trans obligadas por la exclusión a la prostitución, a la falta de trabajo, de educación, de atención a la salud. Para dar cuenta de su muerte se buceó en los papeles, esos que hablan de alguien que ella no era. Se la transformó en usurpadora de su propia identidad, como si expresar su género con el riesgo que implica cuando no hay atención integral para la salud fuera un mero disfraz, una coartada para pararse en la zona roja. Como si pararse en la zona roja no fuera esa cloaca adonde se supone que deben quedar esas identidades devaluadas. Tan devaluadas que la muerte precoz y violenta se impone como una consecuencia lógica, suficiente incluso para quienes debían investigar quién terminó con su vida y se conforman con saber que así suelen terminar las travestis.

La historia de Pepa, como la de Carolina, actúan, igual que los femicidios que sí se cuentan aunque no con datos oficiales, como disciplinadores para el resto. La libertad de ser quien una o uno o unx es se paga. El desafío al orden de género se paga. Elegir el deseo por sobre otras imposiciones, se paga. No se puede hablar de violencia de género sin mencionar estas historias que hablan de muchas otras. Las de las otras, las invisibles.

28/11/11 Suplemento Las 12, Página|12